martes, 6 de diciembre de 2016

"Nadie precisa de un diploma para plantar un árbol"


Hace cinco años moría Wangari Maathai, kenianaa, activista política y ecologista, premio Nobel de la Paz, cuyo testimonio y su pensamiento me caló muy hondo. Tanto que decidí plantar un árbol en su honor.
Wangari Maathai me hizo mirar con otros ojos a las higueras, a las que ya tenía en un pedestal, pues su sombra había sido espacio para mis lecturas veraniegas. Ella decía que había una relación directa entre las raíces de las higueras y las reservas de agua subterráneas. Las raíces se adentraban en las profundidades del suelo, atravesaban la zona rocosa más superficial, se hundían en el nivel freático de la tierra y el agua ascendía por ellas hasta encontrarse con una falla o grieta, por la que brotaba. De hecho, lo más habitual era que cerca de estos árboles hubiese riachuelos. Planté higueras por doquier en la huerta con el ánimo de ver surgir algún manantial en el futuro. Lo cierto es que se me secaron muchas. Por eso no sé si las higueras sacan el agua o que sólo prosperan donde la hay previamente.
Ella decía que no había nada más hermoso que cultivar el campo a la caída de la tarde. A esa hora el ambiente y el suelo estaban frescos, el sol comenzaba a ponerse, la luz que bañaba las montañas y el verde de los árboles se tornaba dorada, y solía soplar la brisa. La tierra, el agua, el aire y el fuego menguante del sol conformaban los elementos esenciales de la vida y hacían que uno se sintiese parte de esa totalidad.
Las experiencias de la niñez nos moldean y nos convierten en lo que somos. La forma en que traduces cuanto ves, sientes, hueles y tocas mientras creces –el agua que bebes, el aire que respiras, los alimentos que comes-, hace de ti lo que eres” –escribía Wangari Maathai.

Bajo la idea de que "no podemos quedarnos sentadas a ver cómo se mueren nuestros hijos de hambre", promovió la creación del movimiento Cinturón Verde, un programa que inició sus actividades en 1976 y cuyo objetivo se centró en la plantación de árboles como recurso para la mejora de las condiciones de vida de la población. El programa estuvo destinado y protagonizado fundamentalmente por mujeres; en 1986 su ámbito se  amplió a otros países de África, hasta convertirse en uno de los proyectos más exitosos en lo referente a desarrollo comunitario y protección medioambiental. Desde su puesta en funcionamiento, las mujeres pobres de África plantaron más de 30 millones de árboles en el suelo de ese continente. Los cinturones verdes no sólo mantenían el suelo en su sitio, proporcionaban sombra y ejercían de barrera natural contra el viento, regeneraban el hábitat y realzaban la belleza del entorno. El futuro del planeta es un asunto que nos concierne a todos y debemos hacer cuanto esté en nuestras manos por protegerlo. Ella les decía a las mujeres que “nadie necesita un diploma para plantar un árbol”. 

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